DSD L XILIO, una mezcla de conjuro, música y religión. La estructura y temáticas de este libro se desarrollan en un sondear profundo en la poesía mística contemporánea, marcada por una especie de variación entre elementos bíblicos, místicos y mitológicos. Ya nos percatamos, en las primeras palabras del libro, como se organiza la voz poética exhibiendo un tono de advertencia, situando en relieve esa clara influencia cristiana/bíblica, lo cual se consolida con la tradición espiritual del autor. Esta forma de trascender, percibir la existencia, trae en necesaria referencia a los místicos, como San Juan de la Cruz y sus textos donde también comulga la unión divina y la experiencia espiritual de manera intensa. Gonzales Rosillo, no intenta acercarse a la verdad mística, nos comenta su experiencia desde ella, desde una referencia religiosa, su propia vida. Pero esta experiencia no está solamente nutrida por la disciplina de la fe, si no, también se favorece por la academia literaria. Un ejemplo es esa aproximación a Vicente Huidobro, creacionista que logró crear el algoritmo propio de su universo, claro, a través de palabras. Vemos que el autor, organiza de manera coherente el tópico de animales mitológicos y bíblicos, que refuerzan la naturaleza mística del libro, otorgándole un carácter simbólico y trascendental. Pero no como mero y simple artilugio, si no, como una necesidad de expresar considerablemente el verbo de forma amable.
En La Revelación de la Ermita de los Gallinazos, Gonzales Rosillo toma una estructura decalógica, con clara influencia de las tablas de la biblia, marcando posiblemente los propios principios o enseñanzas fundamentales que el autor quiere ejercer en el lector. En Estrellas Muertas del Alba, Sigilo Hilado en el Sol y Diluvio, se va planteando el fin de una realidad, la que el autor está desarrollando en la organicidad del libro, donde se simboliza por un diluvio caligráfico de verbos consonantes, lúdicos labiales que refiere Mallarmé.
En las diversas secciones que abarcan Día 1, Día 100 y Día 125 en el libro se revela un marcado renacimiento después del diluvio, delineando una conexión directa con simbolismos mitológicos, especialmente destacados por la presencia del Ave Fénix y la resurgencia de animales míticos. Este renacimiento simboliza la restauración de la vida y la naturaleza después del cataclismo representado por el diluvio.
La referencia a animales mitológicos en este contexto particular evoca inevitablemente las obras de Dante Alighieri, en especial su monumental Divina Comedia. Gonzales Rosillo, en el canto Noé Hace Salir del Arca a Todo Ser Viviente, donde nuevamente retoma el recurso de emerger animales mitológicos, se establece un paralelo evidente con la abundante imaginería presente en la obra de Dante. Recordar que este autor renombrado utilizaba animales y símbolos de la mitología clásica para representar aspectos específicos del comportamiento humano y sus dilemas morales. De la misma manera Rosillo, emula desde su condición al clásico Dante y su Divina Comedia, donde asignaba estereotipos simbólicos a animales como el león, el leopardo y la loba, entre otros, para representar respectivamente el orgullo, la avaricia y la lujuria.
De manera similar, en la sección mencionada del poema, los animales mitológicos desempeñan un papel simbólico, protagónica que resuena simultánea con las representaciones que hizo Dante. Gonzales Rosillo encapsula significados más profundos sobre la condición humana, explorando quizás virtudes y vicios, desafiando la moralidad o sugiriendo una renovación espiritual después del diluvio, tal como Dante exploró conceptos de castigo y redención en su obra maestra.
Esta relación entre la imaginería del autor del presente libro y la Divina Comedia de Dante no solo añade una capa adicional de interés en la obra, si no, que también invita a un análisis más profundo sobre cómo la literatura, a lo largo de diferentes épocas, utiliza simbolismos y metáforas, en este caso, animales mitológicos, para explorar las complejidades de la naturaleza del comportamiento humano y su relación con el cosmos.
El poema Principio del Almagesto nos presenta la creación individual del autor después de la tempestad, articulando la individualidad con cuestiones cósmicas y universales, resonando con la obra de poetas que exploran la conexión entre el individuo y el cosmos. Finalmente, con Patmos y Santuario, se sugiere una construcción de culto, la aparición de nuevos dioses y formas de creencia después de la catástrofe, cerrando el libro con un misticismo renovado y una visión transformada de lo divino. El poema revela una dualidad marcada entre el bien personificado por Jesucristo y el mal representado por un enemigo astuto que utiliza la duda como su principal arma. La advertencia sobre la falsa iluminación del mal refuerza esta dicotomía, destacando las consecuencias desastrosas de involucrarse con él. La presencia de Jesucristo como la ‘Locura Divina’ añade un componente religioso importante, y el manejo de términos como «elixir» y «lotófagos» evoca simbolismos mitológicos y religiosos, enriqueciendo la narrativa con capas de significado.
Además, el poema aborda críticas sociales y morales al sugerir una lucha contra la corrupción, tanto a nivel individual como familiar. La mención de patrias y familias contaminadas subraya preocupaciones éticas y sociales. Metáforas visuales trascendentales, como el hombre angustiado de marmotas y deudas, y la vanidad atroz de los monjes, contribuyen a la construcción de imágenes poéticas intensas.
La obra de Gonzales Rosillo se desenvuelve en una narrativa que abarca desde la liberación de sueños de pesadillas hasta la búsqueda de armonía y equilibrio. La dualidad entre el paraíso y la oscuridad se manifiesta a lo largo del texto, reflejando la contradicción y resistencia que enfrenta el poeta al expresar su visión, como se sugiere por la ley de los suelos que juzga su canto. La crítica a la naturaleza salvaje y destructiva de la humanidad se materializa en la alabanza de aullidos y la sed que embiste a los hombres, contrastando con la sacralidad de la vida. La degradación de la naturaleza o la corrupción de ciertos poderes se insinúa a través de la soberbia representada como un Templo de salvajes reyes. La obra se sumerge en un paisaje surrealista y onírico al explorar la desconexión entre la realidad y la imaginación, como se evidencia en la imagen de la garganta sedienta de magma y el sueño olvidado de los niños.
Ingresando a la segunda parte de la obra, encontramos una serie de simbolismos que apuntan hacia la transcendencia y la ocultación de verdades incómodas. El despegue hacia el cielo y la descripción del sol escondiendo sus vástagos gemidos sugieren una búsqueda de armonía y equilibrio, simbolizando quizás la transcendencia espiritual. La oración como desfiguración del miedo y resurgimiento en la lluvia representa una transformación espiritual, mientras que la introspección se presenta como un paraíso del murmullo, sugiriendo una conexión profunda con uno mismo. La imagen del Gran Tridente de Alejandría se erige como un símbolo de poder y compasión, destacando la dualidad inherente a la fuerza. La obra culmina con una luminosa sentencia, personificada por la antorcha, y barcos princesas de viento, indicando una resolución y un deseo final de paz en el océano. En su conjunto, el libro se revela como una exploración surrealista y poética de la condición humana, enriquecida por un lenguaje que despliega imágenes y simbolismos para transmitir una amplia gama de emociones y significados.
Este gran libro presenta una rica paleta de imágenes y metáforas que sugieren una exploración compleja de la experiencia humana. La noción de Sigilo Hilado en el Sol plantea la posibilidad de ocultar algo significativo bajo la luz intensa del día, revelando una dualidad entre lo evidente y lo oculto. A través de la representación de un Cuerpo Anacarado que sufre y una Voz Fúrica, se evoca una intensidad emocional y posiblemente un sufrimiento físico, estableciendo un tono emotivo en la obra.
La secuencia de imágenes que se abordan en Persecución de antorchas y ratas» y los Dulces Desastres nos sugiere una narrativa de búsqueda implacable de la verdad o la justicia, con consecuencias imprevistas al desafiar el status quo. La referencia a la Vanidad y Duendes Refugiados apunta a una crítica a la superficialidad y la búsqueda de refugio en lo irracional. La dualidad entre Ataraxia como estado de tranquilidad aparente y la Verdadera Vida plantea preguntas sobre la autenticidad en medio de la paz superficial. La imagen de la Bofetada del Cobarde Abanico de Plumas evoca una agresión simbólica y la toma de posesión de algo valioso. La metáfora de Recibir la Tormenta como Suave Brisa sugiere una actitud de fortaleza frente a la adversidad. Finalmente, la referencia a la Máscara de Sanguijuelas y Vieja Infamia indica la ocultación de algo perjudicial bajo una apariencia engañosa, conectando con la idea de verdades incómodas escondidas en el grueso rebaño de ovejas. En conjunto, el libro refleja una compleja exploración de la lucha, la resistencia y la búsqueda de autenticidad en un mundo que a menudo esconde verdades detrás de máscaras y metáforas.
Este libro presenta una complejidad densa, enriquecida con simbolismos, referencias religiosas y elementos místicos. La presencia del Ocaso y Ceniza insinúa el fin de un ciclo vital o una fase crucial, marcada por un proceso de desgaste o decadencia. Las imágenes de un Arma Sonriente y Ángel con Escudo sugieren un conflicto entre fuerzas opuestas, aunque la naturaleza precisa de este enfrentamiento permanece enigmática. La alusión a Armas de Mercurio introduce interrogantes sobre la confrontación y la capacidad de comprender sus aspectos más oscuros, mediante la descripción de una hoja de filo usado y las preguntas sobre los picos dentados de la bestia. La frase Desiguales Credos en su Conciencia señala divergencias y conflictos en las creencias y conciencias humanas. La referencia a Alejandría puede evocar conexiones históricas y culturales, posiblemente relacionadas con la biblioteca de Alejandría y la acumulación de conocimiento. La mención de un Diluvio sugiere la posibilidad de una inundación de emociones, conocimientos o cambios, con posibles consecuencias catastróficas. La enumeración de diferentes elementos bajo el título Cánticos de Amor, acompañada por la repetición de «amor», representa diversas experiencias humanas y emociones en un contexto cósmico. Finalmente, la alusión a un Colosal Destino, la fisura que se abre en el tormento y la espada que sale de su boca sugieren eventos de gran magnitud y trascendencia en la trama del poema.
Este libro se sumerge en un universo poético intrincado, intensificado y densamente simbólico. En él, se despliega una amalgama de imágenes que invitan a la interpretación. Al inicio del libro se revela una lucha cósmica entre fuerzas celestiales y terrenales, delineando una dualidad entre lo divino y lo humano. La alusión a bestias aladas y la advertencia sobre un «falso sol» sugieren un conflicto trascendental y la amenaza de engaños espirituales que acechan. A medida que el poema avanza, se adentra en una fusión de tiempos y espacios, con imágenes de «orbes sibilinos» entrelazándose con la carne. El «valle negro» y el «santuario de espejismos» introducen un matiz enigmático, evocando posiblemente la transición entre distintas dimensiones de la realidad.
La narrativa poética se interna más profundamente al dibujar un viaje a las profundidades del ser. Aquí, el poeta explora la propia psique, utilizando imágenes como «la marca en el cuello» y la «estatua de sal que llora» para ilustrar las consecuencias de confrontar la verdad interna. Además, emergen símbolos religiosos y arquetipos mitológicos, con referencias a figuras como María y elementos como la lanza quebrada y el filo que corta el vacío. Estos elementos añaden capas de significado, insinuando quizás una narrativa de resurrección o incluso de un evento apocalíptico.
La transitoriedad de la vida y la transformación se revelan en metáforas como en Los peces muerden la luz y la alusión a la luz que roe las alas. La danza de las plañideras alrededor de la realidad efímera sugiere la inevitabilidad del cambio y la fugacidad de la existencia. En conjunto, el libro se despliega una rica trama de simbolismos que exploran la dualidad, la transformación espiritual y la complejidad de la experiencia humana frente a lo divino y lo terrenal. Gonzales Rosillo, ha logrado estructurar una serie de amalgamas emocionales y teóricos dentro e du parca disciplina religiosa que ostenta por el vicio y la virtud del equilibro de la tranquilidad humana.
I
Voy hasta tu puerta
Bajo la luna llena,
La calle mojada
Y un viento sur que vuela
Hasta las luces
Que no entienden nada.
Llevo el Otoño en mis manos
Para obsequiártelo, mi Lady,
Muchos colores, pasiones y gotas
En las caídas hojas
Como ángeles do Céu.
Y recuerdo aquellas palabras:
“Me diste décadas de lágrimas
Pero no quiero llevármelas al Cielo”.
Voy hasta tu alma,
Una Mansión en cuyas habitaciones
Moran penumbras perfumadas,
Igual que en el césped el rocío;
Y te fecundaré
Una galaxia con soles de Esperanzas;
Mientras, un viento sur
Vuela las luces que no entienden nada.
II
En la noche
en la noche
cae la helada
contigo a la deriva
vamos hacia un mar lejano
esa oscuridad nocturna
esa sensación de nada;
de los charcos el reflejo
de estancadas aguas negras,
juntos subiremos la escalera de lirios
vamos, acompáñame,
estaré en la estación
y ahí me encontrarás quieto,
meditando, sonriendo, aburrido.
III
¿Cuánto dura una ilusión?,
¿un siglo,
un año,
meses, días, horas,
pocas horas?
¿Quién canta la Verdad?
[¿Qué es la Verdad?]
¿Los pájaros matinales,
las cigarras al atardecer,
o el grillo en la noche oscura?
¿Tal vez el mar?,
que ruge contra el acantilado
cuando la luna inspira
entre las estrellas
del silencio largo;
los silencios
mis silencios
tus silencios,
¿Qué dicen?
¿Qué buscan
allá
en lo profundo.
IV
Noche, Notte, Nuit, Noite, Nox, Night,
diferentes nombres para tu Vastedad
desde el ártico al antártico
desde Oriente a Occidente
cubriéndolo todo vas estrellada o nublada.
Eres una Extraña Mujer de alquímicas Lunas
de fantasmas de mineral.
En el Silencio un reino antiguo
te corona
desde la profundidad del Tiempo
cuando los elementos buscaban sus nombres.
Tú, Noche, Noite, Night,
no me dejes solo en abril
porque “La noche está estrellada
y Ella no está conmigo”.
V
Sé que me amas como un río noble
con el perfume del jardín
y con el dolor de tu sufrimiento
me amas con una mañana,
con un atardecer largamente quieto, crepuscular
y atrapado por nuestras manos durante enero
lo reteníamos para que no despertara
y así, amándote, aguantaríamos la noche
la noche que nos abría las puertas para el sexo.
Me quieres, me deseas, me amas con toda tu belleza
y tu desgano, la apatía de ser
mientras sola mirabas el techo de la habitación
sin risas ni lamento,
solo melancolía.
Me has amado con el dedo lastimado de la traición,
también,
con tu propio miedo al amor
y el disfrute de estar conmigo a la deriva aquí,
en el Jardín de Piedra
tranquila respirando aromas de rosas veraniegas.
Así me quieres, y te miro como se mira un extenso cielo rojizo
y amarillo vermelio
detenido dulce y sigiloso para acariciar como nuestros cuerpos.
Muchos dicen o creen que las ideas están por encima del cuerpo. El cuerpo crece y se deteriora; es afectado por el tiempo. Pero mientras esto pasa, ¿el pensamiento permanece quieto, no se mueve? Nada más erróneo. Para pensar es necesario el movimiento. Haciendo una síntesis o una figura, el pensar puede resumirse en una serie interrumpida de oraciones. Vemos un árbol y nos parece feo o atractivo. Decimos, por ejemplo: «Qué árbol más feo» o «¡Qué maravilloso árbol!». Todo el tiempo estamos formando oraciones acerca de nuestras vivencias. Pensar es algo inevitable (al igual que esas breves pausas en que no pensamos). ¿Por qué? Porque también las ideas son afectadas por el tiempo. El mismo acto de pensar o razonar se da gracias a ese transcurrir, en que se suceden una tras otra las proposiciones que hagamos. Si no fuera por ese transcurrir, las ideas se quedarían sin desarrollar, si asociarse una con otra y no avanzaría nuestro razonar.
El hecho de hacer uso de nuestra razón no contradice lo que digo, porque la razón sigue siendo una capacidad de la mente. El hecho de que usemos la razón valiéndonos de nuestra voluntad, no quiere decir que el pensamiento cese cuando la voluntad está ausente; incluso no estamos seguros que la razón sea usada sólo en el estado consciente. Es posible que en el inconsciente se desarrolle dándonos soluciones que nos aparecen como intuiciones. Pero volviendo al tema, decía que la voluntad no puede impedir el pensar (de lo cual podríamos inferir que no somos el pensar) y que más bien, el pensar es algo en gran porcentaje, involuntario. ¿Pero cómo podemos pensar y no ser el pensamiento? ¿Cómo podemos desear y conseguir, y no ser voluntad? No somos el pensamiento, así como tampoco el silencio. Somos ambos.
Somos dos cosas al mismo tiempo: somos el ser que se desarrolla sin nuestra voluntad, nuestra naturaleza sin nuestro permiso y a la vez, nosotros mismos, el yo y la personalidad. Asumimos nuestros deseos, nuestros pensamientos, nuestras decisiones, nuestros actos como propios, pero no son estos lo único que sucede en nosotros mientras existimos. ¿Eso qué quiere decir? Que nuestra naturaleza es doble, no somos sólo mente o sólo cuerpo. No podemos evitar ninguno de dichos procesos. Es probable que «vivir” en su doble naturaleza y por tanto complejidad se trate de una vivencia que en apariencia es totalmente mental o totalmente física, cuando en realidad no ocurre ninguna de estas cosas por separado, sino que es un engaño de nuestra ansia de apoderarnos del mundo con la razón, razón que solamente le sirve a nuestra naturaleza.
Pero hay otro problema aquí, y es: ¿por qué destruir el planeta está dentro de las posibilidades del hombre? ¿Por qué tomar una decisión humana, mental, racional puede a la vez, destruir o mantener el orden mundial? Es como si la capacidad de elegir se nos hubiera dado para llegar a entender que todo depende de uno mismo, que somos dueños de nuestro futuro. La razón tendría el poder, la capacidad de crear la armonía o la estabilidad tanto del gobierno del mundo como de la conservación del planeta. ¿Estamos siendo lo suficientemente racionales en nuestras leyes, en nuestras decisiones políticas para sacar adelante el destino de una especie, que como ya hemos visto ostenta una gran poder y complejidad, una especie que vale la pena conservar? Al final todo depende de nosotros, de eso se trata nuestra libertad, pero también la necesidad de desarrollar nuestra razón, ya que es una posibilidad de nuestra naturaleza doble.
No te sientas mal
Irene, no te sientas mal
Si el amor te traiciona.
Tu naturaleza te salvará.
Las promesas que hiciste de niña.
No hay noche errada.
Ni rostros que se repitan.
Lo difícil te hará cambiar.
Si sientes violento el mundo
Donde los niños marchan solos
Por habérseles negado el juego
Y los pescadores no viven más del mar.
Te protegerá en el fondo tuyo
La palabra,
Tu mágico animal.
Y la vida como la conocemos continúa
Han nacido seis crías de blanco.
En el alcantarillado son el centro de atención,
Entre heces y cucarachas.
No tienen la culpa que las odien
Finas mujeres de la ciudad.
Entre orgías de ratas
Las oyen serenos chinos.
Si tuvieran la oportunidad
De crecer en el campo
Y comer raíces
Las encontraría una bonita niña
De terciopelo.
¿Quién las comprará con una moneda
De plata, muerta la madre?
El agua que sube las arrastra
Y las separa, a suerte.
Nacen otras ratas en el alcantarillado,
Ahora son negras,
Está muerta la madre
Y la vida como la conocemos continúa.
Textos incluidos en «Paradero desierto. Vol. I», Lima, 2022 • https://bit.ly/3Z4pLRo
En el pueblo aún vivíamos los estragos de Sendero: destrucción y desolación. Mi padre, un hombre correcto y muy justo, era un dirigente en la comunidad; organizó a la gente para impedir que Sendero se perpetúe. Estaba dispuesto a dar a su familia una vida de paz, sin dejar que extraños se apoderen para destrozarla. El pueblo se sumaba a ese ideal.
Era 1993. Conocí lo que es morir en vida. Yo tenía 11 años, una familia estupenda con dos hermanos menores; disfrutábamos del juego y de nuestros padres. Una noche, mientras dormíamos, llegaron a la casa un gran grupo de estos hombres e ingresaron a casa, cogieron por la fuerza a mi padre y lo sacaron. Yo y mis hermanos corrimos a ver desde las ventanas, sin que nos vieran. Aquella noche, entre torturas y gritos, nos arrebataron el sueño de una gran familia. Mientras mirábamos mataron a mi padre y le dijeron a mi madre:
-Te dejamos viva para que sirvas como mensajera: no más reuniones de traidores al partido; vas y se los dices.
El olor de la sangre ingresó a mis sentidos profun- damente que permaneció ahí casi un año.
Mi madre, lejos de cumplir la orden de este grupo y en honor a los ideales de mi padre, jamás llevó ese mensaje. Huimos para protegernos.
No tengo claro el recorrido. Solo sé que días des- pués escuchaba que le hablaban a mi madre de un sacerdote en Huánuco que podría ayudarla.
Mi madre nos llevó a un lugar lleno de niños. Ingresamos y nos pusimos a jugar con ellos; mientras mi madre conversaba con el sacerdote desapareció. Ignoro lo que pasó.
De pronto, un hombre se creía nuestro padre, hablaba con nosotros y a los otros niños como si este lugar lleno de niños fuera nuestra casa; nos daba hora- rios y órdenes y nos inscribió al día siguiente en el colegio. Sinceramente, nos decíamos, este hombre será sacerdote, pero nuestro padre no es. Quién se cree para que nos hable como tal y nos dé órdenes.
Habíamos llegado a la aldea infantil que había creado un sacerdote en el departamento de Huánuco: el padre Oswaldo Rodríguez Martínez. En este nuevo lugar, extraño y donde mi corazón no quería estar, nací nuevamente.
Descubrí que no éramos solo yo y mis hermanos; ahí estaban también decenas de niños que lo habían perdido todo, sea por Sendero, por los militares o se les declaraban desaparecidos a sus padres o estos se unieron a la guerra de un lado o del otro o por lo que sea se habían quedado solos. No era nuestro caso. Nosotros teníamos a nuestra madre. Yo creía que este hombre nos retenía sin considerar ni sin saber eso.
El padre Oswaldo nos había impuesto un horario, bañarse, ordenar la cama y el cuarto, orar, desayunar, ir al colegio, almorzar, ordenar por zonas, deportes, juegos, tarea, agradecer a Dios por todo y dormir. Ya nos estábamos conociendo y contándonos lo que nos trajo a la aldea. Tratábamos de planear, organizarnos y nos decíamos: «En qué momento nos dejarán libres, no nos dejan respirar, todo es con horario. ¡Qué se han creído!»
Decíamos este hombre qué sabe de nosotros para que nos hable como si fuéramos sus hijos.
Poco a poco conocí la historia de cada uno de ellos.
Braulio era de Choras, asesinaron a sus padres delante de ellos, cinco hermanos, entre cinco y 15 años, quedaron huérfanos por una guerra sin piedad.
Basilio nació en Chupán. Llegó a la aldea tras la desaparición de su madre y el rumor del asesinato de su padre junto a su abuelo y sus hermanos.
Ambos se volvieron mis amigos y, junto con los otros niños, planeamos una suerte de «grupo vengador»: escaparnos para viajar Choras y Chupán y matar a los que arrebataron a nuestra familia.
Teníamos en contra los horarios apretados.
Fui rebelde y me enfrenté al padre varias veces; solo quería escapar, concretar mi venganza y buscar a mi madre. Ese hombre sabía cómo manejar mi mente y dominarme; eso sentía. Me decía: «Tú no estás obligado a estar aquí, cuando quieras puedes irte, pero recuerda dos cosas: primero, si te vas, no hay retorno, se te cierran las puertas, nunca más ingresarás aquí; segundo, puedes haber perdido mucho allá afuera, pero hoy debes velar por tus hermanitos, hoy esa es tu responsabilidad, si te vas, los vas a dejar solos, con más dolor y soledad de los que ya tienen, si lo que quieres es irte dime. ¿Cómo vas a verificar si tus hermanitos están bien, si comen, si estudian o se forjan un futuro? Si a ti, que eres su her- mano, no te importa y los dejas, a quién les va a importar». Me dolían sus palabras.
Tuve dos fallidos intentos de escape. Las palabras del padre me detenían, pero tenía que encontrar a mi madre y vengarme de lo que le hicieron a mi padre. Mi tercer intento se concretó. Con apenas 12 años regresé a mi pueblo para buscar a mi madre.
Encontré a mi pueblo convertido en un desierto. La gente había huido. No encontré a mi madre ni a mis tíos. Caí en la cuenta de que solo no podía vengarme. Era imposible sacar de mi mente las palabras del padre:
¿quién verá por mis hermanos? Ahora quién velará por mí. No tenía techo ni comida. No tenía más opción que regresar. ¿Cómo hacerlo? El padre me había advertido:
«Si me voy, no hay retorno», pensé que quizá el padre no se había dado cuenta de que había huido. Apenas habían pasado unos días. Así que regresé., Busqué el modo más discreto para ingresar. Después de trepar y saltar y estar dentro de la casa vi de lejos al padre que arreglaba la camioneta. Estaba debajo como si fuera un experimentado mecá-nico. Sentí nostalgia. Con esa camioneta, el padre recorría lugares, buscaba ayuda, se movía de un lado a otro con tal de conseguirnos alimentos, ropa y juguetes. Me sentí terriblemente mal.
Ese día, durante la cena, el padre dirigió la oración para dar gracias por los alimentos. Me miró, entendí que sabía de mi huida, que estaba feliz por mi retorno. Me regaló una sonrisa sutil; la sentí como una bienvenida. Nunca más intenté huir. Acepté y agradecí que mis hermanos y yo teníamos un hogar.
Un día una de las madres (así se llamaban a las mujeres que nos cuidaban) lloraba desconsoladamente porque una de las niñas de dos años no aceptaba comer; era su segundo día en la aldea. Desesperada le decía a Juan, el hermano mayor de esta: «Ayúdame. Si sigue así tu hermanito se va a morir; no sé cómo hacerle comer».
El niño había llegado un día antes con tres hermanos más desde Las Palmas. Juan contaba que tenía la misma suerte que nosotros. Una noche ingresó a su casa unos hombres encapuchados y asesinaron a balazos a sus padres frente a ellos. Los vecinos, al conocer la situación, hicieron una colecta para que uno de ellos viaje a Huánuco. Se corría la voz que había una aldea y un sacerdote que podía ayudarlos.
Juan le respondió: «Mi hermanita no come nada si antes no le dan pan remojado con cocoa. Mi mamá la acostumbró así».
Recuerdo la cara de esa mamá de la aldea cuando decía: «Pero de dónde voy a sacar cocoa».
En la aldea siempre teníamos desayunos muy nutritivos: quinua y avena con leche. Corrió a sacar su dinerito para buscar quién le ayude y le compre cocoa. Desde la puerta gritaba: «Alguien que me ayude, alguien que me compre cocoa».
Así la pobre madre aldeana consiguió lo que bus- caba. Le dio a la niña cocoa y pan remojado y empezó a comer.
Lo recuerdo con mucha gratitud. Aquel día mi corazón sentía tristeza por lo que esa madre sentía; era nuestra madre sustituta.
Reconozco que los horarios los hizo sabiamente. No había tiempo para llorar ni pensar en lo que pasó.
Nunca nos habló de lo que les pasó a nuestros padres y nos llenaba de mensajes positivos. «Ten fe, cree en ti; solo el estudio los hará grandes, todo lo pueden; sé íntegro». Quería que saquemos de la mente cualquier idea de venganza y dolor. Sin que nos diéramos cuenta, nos había sumergido en un mundo de competencia: quien estudiaba más, quien terminaba la tarea antes, quien tenía las mejores notas. Nos dimos cuenta de nuestras metas: ser profesionales y tener futuro.
A mis 18 años le pedí al padre que me permitiera buscar a mi madre. No quería estudiar una carrera superior; no dejaba de pensar en ella. El padre habló conmigo. Me contó mi historia. Él sabía nuestras historias mucho más que nosotros mismos. Nosotros, durante todos estos años, creímos que él no sabía nada de nosotros.
Willy me contó el día que mi madre nos trajo. Le pidió que nos ayude. El padre me contó que ella tenía una enfermedad terminal. Quería sentir un abrazo nuestro en su último momento, pero prefirió que la recordemos fuerte. Willy dijo que mi madre murió unas semanas después.
Me contó dónde podía encontrarla para rezarle; así lo hice.
Confieso que lloré muchísimo. Sabía que ya no la vería. Lloré por lo injusto, rebelde y cruel que yo fui muchas veces con Oswaldo, mi padre.
Regresé a la aldea, mi casa; él me hizo culminar la carrera.
Braulio, Basilio, Juan y yo hoy somos profesio- nales, como la mayoría de los que ahí vivimos; somos hombres de bien. Puedo decir, con toda la jerarquía, que la vida me ha dado varias oportunidades.
No es la historia, no es lo que te ocurrió en el pasado lo que marca tu destino, sino cómo es conducida. Son las palabras que alimentan tu alma, que creas en ti. No te detengas en lo que pasó, busca crecer cada día. La vida ya tiene suficiente pesimismo y dolor, le falta actitud, positivismo, alegrías y, sobre, todo fe. Cree en ti.
Los niños siguieron llegando constantemente. Calculo que fuimos un promedio de 120 niños con el mismo destino; todos terminaron como hermanos.
00:00
Los relámpagos a lo lejos rugen. No hay equivocación: una tormenta se avecina, al parecer de grandes proporciones. Estoy contemplando la ciudad desde lo alto. Parece tan infinita y desierta, aunque todo cambia una vez que estás cerca de ella. Poblada de carteles luminosos y monumentos a la deriva, poca gente y tanta soledad junta. Esa aglomeración, el panal de abejas abierto y las picaduras que vienen en forma de recuerdos. Es medianoche y nadie me ha advertido que, si paso tanto tiempo solo, me hago más vulnerable a la tristeza; nadie me ha advertido que el frío se hace más intenso, que quizá no me queden muchas fuerzas después para poder dormir sin soñar que no te has ido.
3:33 a. m.
Me ha despertado el sonido del celular. Un mensaje. He dormido poco más de una hora y te he oído llamándome en sueños. No veía tu cara, solo tu voz ondulaba en aquella penumbra líquida. Algunas líneas de luz se filtraban desde lo alto, pero todas ellas se desvanecían antes de llegar al suelo. Yo me encontraba en medio, como un niño solitario hasta que tu voz me despertó. He leído el mensaje y nuevamente no es tuyo. Me pregunto si alguna vez has sentido lo mismo, y si el insomnio te ataca sin piedad hasta que comienzas a desesperarte. No lo negaré, lo he intentado con otra chica, pero a quién quiero mentirle: sigo siendo un suicida atado a la roca de tu océano. A veces me hundo y desde el fondo oigo alguna canción con tu nombre. Nunca me ahogo. Esa es la peor parte. Te echo tanto de menos que esta habitación todavía huele a ti, a tu belleza. Tu maldita, tu dolorosa, tu contemplativa, tu inalterable belleza.
5:48 a. m.
Tal como lo intuí, amaneció lloviendo. He salido a mirar la ciudad nuevamente y me ha azotado una ráfaga de aire gélido. Las gotas no han dejado de acribillar el techo, ni las ventanas. Los regueros que se han formado en el suelo parecen dibujar palabras, o seré yo, que busco señales por todas partes. Asumo que nunca volveré a verte, que probablemente estás mejor sin mí, pero cómo me gustaría saber si me piensas, si mañana, cuando me persiga la incertidumbre, podré encontrar un ápice de seguridad al verte. Si es que te veo. Si es que todavía no me odias. Si es que el recuerdo también te pesa y las heridas en tu piel forman palabras, tal como los regueros que veo tras la ventana. Y si aquella palabra es un nombre y ese nombre me pertenece. Espero que entiendas que me dolería menos saber que te duelo. Y mientras escribo esto, un relámpago suena de fondo. Aquí sigue lloviendo, cada vez con mayor intensidad.
10:03 a. m.
Nubes bajas reptan en los entresijos de una ciudad que apenas despierta. Todo se ve gris, desde las colinas hasta mis manos. Gris, como el color de un alma que echa de menos. Y sigue lloviendo. No he comido ni he salido de la cama. No tengo la necesidad ni la urgencia. Llevo despierto varias horas; no diría que carezco de sueño, sino de razones. Además, nunca me ha sido fácil pegar ojo. Siempre tengo cosas que contarme, siempre alargo los minutos y meto la esperanza en ellos, como si al pasar las horas pudiese recuperar el equilibrio de esta sonrisa desproporcionada, que no es más que una mueca de alguien que ha visto demasiada gente irse de su vida. Adónde se habrán marchado, no lo sé. De ellos me quedaban las huellas, pero la lluvia las ha borrado casi todas. La última vez que los vi no me reconocieron y se encerraron en un corro que no admite extraños. Sé que es mi culpa, así que más que esperar que me acepten, lo que quiero es que me comprendan. Incluso tú, estando ya lejos, sepultada en la neblina de la nostalgia, como esta ciudad que sigue sufriendo bajo la lluvia. Nunca más desde aquel día volví a decirte que te quiero. Me siento vacío desde entonces.
16:14 p. m.
De fondo suena una de esas canciones. He aprendido la letra de la mayoría. «Que, a pesar del tiempo, te juro que no lo olvido; qué fuerte soy con la gente y qué débil que soy contigo». «Resume el amor en dos actos: vestirse de blanco y acabar de luto». «Cogí la ropa, la desilusión no entraba en la maleta». «Miro en mi pecho, ahí dentro hay un desierto». A veces pienso que esas canciones las escribí yo sin darme cuenta y que te has colado entre las palabras como si no te bastara que todo girara alrededor de ti. Quisiera volver a ese lugar, volver a nosotros, creer en el paraíso que me tendían tus manos, que acariciaban con esa destreza de borrar mis cicatrices y que, en lugar de ellas, me ofrecían razones para seguir intentándolo. Tu calor y esa magia, la de tu boca pegada a la mía; el tiempo tomando un descanso, como si tuviera miedo de arruinarnos el momento. El mundo no me parecía un lugar cruel por entonces. No dolía tanto amarte. Pero, inevitablemente, todo se ha tornado gris y el sol no ha salido en todo el día. Qué novedad; a fin de cuentas, vivo en penumbra la mayor parte del tiempo desde que no estás. Mis ojos se ajustan a la oscuridad y a veces dan contigo. Pero te esfumas. Tus manos no han vuelto a curarme las heridas y las canciones siguen hablando de nosotros, de lo mucho que duele extrañarte.
19: 45 p. m.
También sé que eres capaz de sentir, de querer, de echar de menos. ¿Lo haces conmigo? ¿También te duele esta distancia? He de confesar que yo sabía que algún día ibas a irte, y aun así siempre te vi con ojos de bienvenida.
22:58 p. m.
Ha sido uno de esos días en los que siempre es de noche. Ha sido tan largo que tengo la sensación de que el tiempo se ha detenido y que la lluvia apenas comienza. Las luces de la ciudad se han encendido una por una, y parece que una madriguera de luciérnagas ha anidado en aquel valle rodeado de cerros. Es una ciudad que tiembla, que espera demasiado para recibir poco. Hoy no he visto a nadie, ni me he acordado de comer, ni de salir siquiera. Mi aspecto en el espejo es la de un hombre diez veces mayor. Es como si la lluvia me hubiese tallado un nuevo rostro adaptado a la falta de gestos. Ya no he dado más vueltas y la única canción que suena es la de las gotas golpeando azoteas. En silencio como siempre, y a oscuras como siempre, pienso en una salida como nunca. Me queda alta, como todo en la vida. Debería intentarlo, pero por temor a encontrarte esperándome ni siquiera me arriesgo. Es contradictorio porque pienso en ti y no quiero verte, tal vez porque tengo la impresión de que vives mejor en mi recuerdo, que traerte o tenerte cerca es romper con crueldad la nostalgia, la sutileza con la que todavía me sonríes desde el pasado. Que me siento más seguro pensando en todas las cosas que dijiste que esperar las que aún no han salido de tus labios. Me siento mejor sabiendo que exististe y que te tuve, que pese a no merecerte me diste más de lo que pedía y que con eso fue suficiente. Yo te quise también, a mi manera y con defectos. Tú sonreías, yo lloraba. Éramos expertos en darnos la contra. No fuimos el uno para el otro; tú nunca miraste más allá de mis fronteras ni yo supe saldarte el precio que les ponías a todos tus secretos. Guárdalos y ponme a mí entre ellos. Que nadie me encuentre nunca si permanezco contigo. Créeme que me sentiré más seguro si lo haces. Yo pensaré que quizá algún día podré subir aquella cuesta y hallar la salida. Si cierro los ojos puedo oír los relámpagos a lo lejos, como voces que me recuerdan que hace tiempo que nada en el amor dura para siempre.
I
Este poema es un hospital abierto
para todas las demencias.
Guitarras embrujadas para mi velorio,
lloronas vestidas de negro derraman su llanto
al compás de la campana siniestra.
Ahí los puedo ver:
a los colores irrecuperables del atardecer,
porque estamos hechos de pasiones
que nos arrastran por un río o por un sueño.
Este poema intentará que se evaporen
hacia el éter las penas,
desde un lívido sueño donde duerme el huracán.
Deambulo por la húmeda oquedad
de los milenarios templos paganos
en los que estallan las flores de mi mente.
He visto el ocaso más glorioso que un tesoro,
una nota quejosa se desliza por mis ojos
con yodo y hechicería
porque este poema escucha la voz de la tumba
que comprende al poeta.
Es el viento del miedo el que sopla en la noche,
mientras intento dormir en la penumbra
de los candelabros azules.
II
Estas que fueron risas y alegrías
amaneciendo al albor de la mañana
por la tarde serán tristes recuerdos
que en la noche vendrán como fantasmas,
¡despierta pronto, alma mía!
ya soñaste con la fiesta
no permitas a tu pureza
confundir con la algarabía.
Pasan los días con tu maquillaje
dejando marcas en las paredes,
y yo cansado le digo al silencio
que evite caer en las redes.
III
Vivo por la quemadura y el aguijón del placer
el deseo acecha más allá del bien y del mal
entonces bailo en las tumbas donde caen los santos
y te burlas con el placer del dolor
sobre esta tierra
por todo este páramo
el fatídico viento sopla a través de esta tierra
aúlla mi nombre, anuncia mi caída.
ya es madrugada
y mi cuerpo aún no tiene piel para soportar tu hueso,
acuérdate, acuérdate, acuérdate
en un ansia vibrante por centenas de galopes, una sílaba salvaje entre pequeñas muertes de piel.
*
escribo y devoro a la civilización
más breve de mis huesos de adentro
siempre en el riesgo y siempre en la cuerda
más alta de las más alta sílaba,
sin donde agarrarme
y teniendo la alegría de decir:
soy el más sucio de los dioses
y la más humana de las mareas.