I
Este poema es un hospital abierto
para todas las demencias.
Guitarras embrujadas para mi velorio,
lloronas vestidas de negro derraman su llanto
al compás de la campana siniestra.
Ahí los puedo ver:
a los colores irrecuperables del atardecer,
porque estamos hechos de pasiones
que nos arrastran por un río o por un sueño.
Este poema intentará que se evaporen
hacia el éter las penas,
desde un lívido sueño donde duerme el huracán.
Deambulo por la húmeda oquedad
de los milenarios templos paganos
en los que estallan las flores de mi mente.
He visto el ocaso más glorioso que un tesoro,
una nota quejosa se desliza por mis ojos
con yodo y hechicería
porque este poema escucha la voz de la tumba
que comprende al poeta.
Es el viento del miedo el que sopla en la noche,
mientras intento dormir en la penumbra
de los candelabros azules.
II
Estas que fueron risas y alegrías
amaneciendo al albor de la mañana
por la tarde serán tristes recuerdos
que en la noche vendrán como fantasmas,
¡despierta pronto, alma mía!
ya soñaste con la fiesta
no permitas a tu pureza
confundir con la algarabía.
Pasan los días con tu maquillaje
dejando marcas en las paredes,
y yo cansado le digo al silencio
que evite caer en las redes.
III
Vivo por la quemadura y el aguijón del placer
el deseo acecha más allá del bien y del mal
entonces bailo en las tumbas donde caen los santos
y te burlas con el placer del dolor
sobre esta tierra
por todo este páramo
el fatídico viento sopla a través de esta tierra
aúlla mi nombre, anuncia mi caída.