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Historias cotidianas

S/ 20.00

Categoría: 
Páginas: 
  • 149
Año: 
  • 2019
Sobre el autor
Paul Asto Valdez

Paul Asto Valdez

Lima, Perú 1984.

Estudió literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal. Ha ganado el primer lugar del Concurso Nacional de Cuento organizado por la CONAJU, el tercer lugar(…)

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Sobre el libro

¿De qué trata «Historias cotidianas»?

Se dice que una gran diferencia entre el cuento y la novela es la contundencia. Mientras que en la novela la historia tiene licencia para la dispersión, en el cuento, no, pues en este cada elemento debe ser administrado de forma precisa a fin de que el relato sea directo, breve y eficaz. Sin emabrgo, alcanzar esa brevedad y, a la vez, contundencia, no es tarea fácil. En Historias cotidianas, el autor ha logrado ese difícil equilibrio. Cada cuento es un internamiento en un mundo complejo, intenso de la vida humana, en donde por lo visto nada sobra ni falta. Es más, si bien en un libro de cuentos cada historia puede correr por su cuenta, en este conjunto de cuentos se percibe la existencia de vasos comunicantes que plantean una alegoría mayor. Richar Primo

Extracto del libro

Corazón de tiza

A Pamela Castro, por aquella mariposa extraña.

Sabes que  lo bueno de estar metido en líos, es que en tu vida habrá de todo, menos aburrimiento. Aunque esta tarde sombría, extraña, en donde los duchazos no sirven de nada y tu delgado cuerpo yace tendido desconsoladamente en la cama, siento como si estuviera al borde de una ventana presenciando como le arrancan las alas a uno de esos angelitos, de los cuales tanto hablas, y con los que te entristeces cuando los ves caer en ese infierno al cual tu perteneces, al cual me arrastraste.

Si no me sintiera de esta forma, quizás te terminaría de leer “Cartas a una señorita de París”, sé que soñarías con conejitos que yo vomitaría para ti y los cuales tendrías que matar para no morirte de hambre; pero ya es tarde y tendré que volver a mi vida, y tú tendrás que caminar por calles muy lejos de mí, entrando a tus descampados sin castillos medievales, sin neurosis, ni meleriles que traten de cuidar tu sueño, tu autoestima, tus miedos que están casi siempre vinculados a esa extraña mariposa con ojos de búho en sus alas; gordos, redondos, amarillos como lo es París en verano, como son las naranjas podridas que te compré cuando te acercaste a mi carro y no te importó que fuera un viejo calvo, con esos pequeños ojos de rata ocultos tras estos lentes de poto de botella. No, no  te inmutaste cuando te pregunté sobre donde vivías, si siempre parabas a esa hora y en esa avenida, ni mucho menos, cuando te di ese billete de diez soles por esas naranjas. No, tan solo reíste con esos enormes dientes de conejo, mientras me decías que mañana me darías el vuelto.

Así fue como me convertí en el ser deplorable que alguna vez pensé que amaste, el viejo daltónico que nunca sabrá el color exacto de tu pobre ropa interior, el que siempre querrá llevarte, lo sabes,  pero tus hermanitos, tu mamá en silla de ruedas, esas cojudeces por las que siempre te odiaré, por las que siempre te despreciaré, y no por ser pobre, ni por la miseria que solo se te va cuando te quitas toda la ropa, sino  por tus vínculos, por no querer dejar de ser la pobre chiquilla que vende naranjas en una intercepción de la avenida Aviación,  y que tiene que aguantar a todos los tipos que se te acercan, quizás al igual que yo, sin saber que tal vez les sonrías a otro como me lo hiciste a mi; o si también le acabarás debiendo un vuelto que jamás devolverás, y el cual me pagaste con la juventud de tu cuerpo.

Y mejor no pensar en las peleas por no encontrarte en la intercepción en que quedamos; y tú que serenazgo me  botó, que tu hermanito se sintió mal, y yo como un idiota buscándote por toda Aviación, preguntando a cualquiera que pudiera saber de ti. Y sé, y no podrás negármelo, que ya todos andan murmurando sobre mí, del pobre viejo feo que te busca desesperadamente todas las tardes y que se pone como loco cuando no te encuentra. Sí, estoy enfermo, lo sé, ¿pero como no estarlo? si por ti tomo esas pastillitas azules,  las cuales tu crees mágicas porque me permiten amarte de la única forma en que puedo hacerlo.

Mientras tanto, tú me preguntas que es esto, y yo que esto es el prepucio, y tus ojos miran algo de lo cual intentas hacerme convencer que es la primera vez que lo preguntas, y yo odiándote porque presiento que  no es verdad, aunque  sé que lo es. Cómo me gustaría que tan solo quisieras mi dinero, algo, pero no, tú no quieres nada, y es justamente aquello lo que me asusta tanto  y los que me tiene tan enfermo. Hasta he pensado que me gustaría vivir a tu lado, dejar a la menopáusica de mi mujer e irme contigo, claro, no sabes que estoy casado, ni que tengo dos hijas más o menos de tu edad, pero creo que eso tampoco te importaría.   Abandonarlo todo e irnos a París, se que tiemblas cuando te hablo de esa ciudad en donde es tan fácil morirse de hambre y de amor al mismo tiempo. Irnos, empezar o mejor dicho terminar esta estúpida vida y dejarte lista para el hombre que no necesite de esas pastillitas azules,  ni que produzca ese extraño ruido de animal acorralado cuando nos acostamos, y el cual me persigue por el resto de la noche; haciéndose más débil, por momentos más cercano, más fuerte, insoportable, creyéndote cerca, tan cerca como la muerte misma.

Pero claro que tú piensas más en eso que yo. ¿Que dirían si supieran que este prestigioso abogado esta con una chiquilla de diecisiete años? ¿Que dirían mis amigos, mi círculo social? Y yo que no me importa, y tú que debería, y yo odiándote porque preferiría que fueras una puta cualquiera, y tú ofendiéndote, y yo pidiéndote perdón de rodillas, mientras beso tu vientre desnudo y lloro, lloro porque estoy a tu intemperie, como si hubiera saltado a un abismo sin fondo, y del cual no quisiera salir nunca mas.

Sé que el silencio se parece mucho al olvido, pero no lo es; aunque algunas veces debería de serlo. Veo tu cuerpo dormido, y sé que  es lo mas cercano a aquello; tu respiración profunda, tu corazón de tiza, tus manos aferrando las sabanas, quizá como sospechando que me gusta quitártelas cuando duermes. Sí, no hay duda,  eres casi una niña, y amas como una niña,  y lloras como una niña, y no sabes lo que quieres porque quizá no quieras nada, a excepción de este pobre viejo que te sigue mirando ya sin sabanas; desnuda, hermosa, y sintiendo sigilosamente por primera vez en la vida,  lo que tal vez sean las esquirlas misma del amor.

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