Nueva Narrativa Digital
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Contador de profesión, egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, escritor aficionado del género terror, fantástico y ciencia ficción. He participado en diversas(…)
Primer libro de cuentos: «Seres sin Sombra» (2018. Segunda edición: 2020). Junto a Ramiro Jordán libro de microficción y poesía: «Encuentros/Desencuentros» (2019). Antologías: «Antología Iberoamericana(…)
Escritora de literatura de terror y ciencia ficción. Editora de la Editorial Aeternum. Fue escritora invitada para la edición Nº 9 de la revista digital(…)
Escritor chiapaneco de ciencia ficción, terror y fantasía. También poeta y compositor. Nació el 29 de Octubre de 1993 en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas y vive(…)
Médico y escritor autodidacta de poesía, prosa, cuentística y relator. Lector asiduo, aficionado de Quiroga, Borges, Tolkien, Víctor Hugo y Poe; partidario de la escritura(…)
Aprendiz de escritor, administrador de Ficcionario en Facebook, esposo y padre de tres. Fue publicado en la revista digital Teresa Magazine
Escritor de relatos breves. Ha publicado cuentos en revistas digitales e impresas a nivel nacional e internacional. Resultó ganador del II concurso internacional de cuento(…)
Ingeniero de profesión, apasionado por la ciencia y el ajedrez. Está convencido de que las historias nos ayudan a aprender mucho más rápido. Trata, así,(…)
Ganadora del primer lugar en el concurso de cuentos de terror de la Sociedad Histórica Peruana Lovecraft con su cuento “La criatura de los humedales”(…)
Comunicadora social especializada en periodismo por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Cursando un posgrado en Desarrollo Humano en la Facultad Latinoamericana de Ciencias(…)
Cuentista y contadora de profesión. Sus cuentos «Asistente Personal» publicado en Primero Sueño, es su más recientes entrega. Autora del ebook «Tenebrismo» editado por Sexta(…)
Doce narradores de Bolivia, Venezuela, México y Perú fueron convocados a este experimento para mostrarnos la cruda realidad de las conexiones futuras entre los seres humanos a través de la tecnología. ¿Cuánto de lo que somos hoy podrá acoplarse a este futuro próximo? Los escritores no están aquí para plantear soluciones, de eso que se encarguen los científicos y conspiranoicos; los escritores nos dibujan escenarios y desarrollan problemáticas desde el aparato del imaginario que siempre es tan propenso a las profecías, y acertado en su mayoría de casos. Los escritores son atrevidos, por demás, porque ¿quién en esta época puede atreverse a lidiar con los vertiginosos avances tecnológicos y el camino que se entreteje para la humanidad? Ya lo dijimos antes, no tenemos respuestas. Dentro de cada narración hay un mundo desolador y exiliado que busca, de una manera u otra, ese tiempo de antaño donde de verdad estábamos conectados sin la frialdad de un circuito de por medio. «Error 404: Vínculo no encontrado», es una de las tantas predicciones para el futuro que esperamos que de ninguna manera resulte cierta.
Autor: Servando Clemens
Un vagabundo trastabilla por un sendero tapizado de huesos, bambolea su cuerpo como si estuviera ebrio y cae de espalda, chicoteando la nuca contra el suelo yermo. Los buitres que lo acechan, bajan desde los troncos y le picotean los labios, los ojos y las orejas.
Derek, un exsoldado, al notar la escena, sale del armazón de un autobús, se aproxima y ahuyenta a los pajarracos.
—¡Lárguense! —grita, al tiempo que lanza patadas.
Los buitres huyen entre sus graznidos.
—Lo siento, compañero. —Revisa los bolsillos del difunto y roba monedas y una navaja—. No es mucho, pero alcanzará para una lata de agua y una inhalada de oxígeno.
Los casi cincuenta y cinco grados de temperatura dan la sensación de derretir el asfalto humeante. Por aquí y por allá se forman en el aire remolinos de bolsas de plástico. Los árboles muertos no dan sombra. Respirar es casi imposible, por ello los vendedores de oxígeno se han vuelto millonarios. Las personas que duermen en la calle, por lo regular ya no ven la luz de un nuevo amanecer.
Se despoja de la camisa empapada de sudor, se enjuga la cara y se enrosca la prenda en la cabeza. 35
—¿A dónde vas, Derek? —grita un viejo, desde la sombra de un encino artificial—. No debes caminar a esta hora del día, el sol te va a derretir.
—Voy a un surtidor de oxígeno.
—¿Me invitas un suspiro de vida, amigo mío?
—Sólo me alcanza para una calada, lo siento.
—De todas maneras la deshidratación te va a matar de aquí a que llegues al primer dispensador. Será mejor que esperes a que anochezca.
—Recuerda que fui soldado y que tú eres debilucho.
—¡Algún día serás viejo como yo y ya verás!
—Mejor váyase a alimentar a los carroñeros.
—¡Cabrón!
Derek arriba a una plaza e inserta un par de monedas a un dispensador de oxígeno. Una luz verde se enciende. Toma una mascarilla y la coloca en su rostro. Después da tres aspiradas profusas, se prende una luz roja, la cual indica que el tiempo terminó.
—“¡Inserte más monedas y siga viviendo!” —dice la máquina.
Da un puñetazo al punto exacto y el aparato escupe tres monedas.
—No he perdido el toque. —Sonríe y cacha las monedas.
Una hora más tarde, ingresa a la cantina «Don Goyo», mientras se arranca la piel quemada de la nuca.
—¡Buenos días, guapetón! —saluda una prostituta a Derek—. ¿Vas a querer mis besos y… ?
—¡Puff! Yo creo que tú tendrías que pagar por coger.
—¡Vamos, chulo! —insiste la mujer, mostrando sus dientes de madera—. No seas malito. Sólo te pido un sorbo de agua limpia. ¿Quieres una mamada?
—¡Aléjate! ¡Con tus dientes me vas a astillar el pito!36
—¡Vete a beber agua de los canales! —interrumpe Bud, el cantinero—. Nadie requiere tus servicios, además, ya tienes muy seco y arrugado el “negocito”.
—Váyanse a la verga, a mí se me hace que ustedes son impotentes o maricones —murmura la prostituta.
Juan, el sacaborrachos, sujeta a la prostituta con sus brazos mecánicos y la encamina a la calle.
—¡Dame una lata de agua! —pide Derek, mientras estrella una moneda en la barra.
La cantina es un lugar solitario. Los antiguos clientes fallecieron. Solamente se escucha el chillido de un extractor que intenta purificar el ambiente. Las ventanas y puertas permanecen abiertas de par en par, recibiendo bocanadas de aire caliente. Dos hombres en calzoncillos juegan en una máquina tragaperras, intentando ganar algo para comprar agua.
—¡Dame otra moneda! —contesta Bud—. El agua subió.
—¿Subiste el precio, hijo de la gran puta?
—Así es el negocio. Tú sabes que el coste por traer agua es caro. Además, la purificadora de doña Hermelinda quebró y el proveedor que trae los garrafones llega hasta el lunes y ese líquido no es de la mejor calidad.
Derek estampa otra moneda y escupe encima de la barra. El cantinero saca una lata de un baúl y la pone encima de la barra.
—¡Vamos a cerrar, así que márchate!
—Aún es temprano, Bud, ¿qué te pasa?
—Lo siento, se me acabaron las provisiones.
El exsoldado va a la puerta, entretanto, Bud comienza a sellar las ventanas, mientras Juan trepa las sillas a las mesas.
—¡Adiós!
Bud y Juan miran de reojo al cliente que se marcha. Derek, antes de poner un pie en la calle, abre la lata y da un trago largo. 37
—¡Puaj! ¡Putísima madre! Está salada. Me vendiste agua pirata, Bud.
—Es lo que hay, amigo.
—¡Devuélveme el dinero o te corto la cabeza!
Juan se interpone en el camino del exsoldado, impidiéndole llegar hasta el cantinero.
—¡Déjame pasar, grandote!
—Será mejor que te largues o…
Derek sorprende a Juan con una patada en la entrepierna.
—¡Ay!
Bud pretende escapar por una de las ventanas, pero Derek lo abraza por la espalda y le pone la navaja en la yugular.
—¡No me mates, por favor!
La navaja penetra un centímetro en el cuello de Bud. Dos gotas de sangre caen al suelo.
—¡Regrésame el dinero!
—¡Préstamelo! Tengo que pagar la renta, de lo contrario me sacan mañana mismo.
—No te lo mereces, desgraciado cabrón.
—Ten piedad, necesito la plata o me sacan a patadas.
—Y yo necesito el agua.
—Te la daré, pero déjame el dinero, por el amor de Dios.
—De acuerdo. Sólo quiero un poco de agua y me largo de tu cuchitril.
Bud se agacha, intentando extraer una pequeña pistola que tiene atada en el antebrazo. Derek se percata y está listo para clavar la navaja en la mano de su Bud.
¡Traaaaakkk!
Se escucha un estruendo. Una ráfaga de viento helado entra a la cantina. La silueta de un monstruo negro baila en el cielo.
—¿Qué carajos ocurre aquí? —pregunta Derek soltando a Bud.
Todos salen aprisa. Un rayo rasga el horizonte.
—¡Dios santo! —exclama la prostituta desde un charco—. ¡El apocalipsis!
El aguacero convierte las calles en ríos.
—¡Es un milagro! —suspira Juan, izando sus prótesis.
Los hombres en calzoncillos levantan la cara. El exsoldado y el cantinero abren la boca y tragan agua.
—¡Cae agua del cielo! —exclama la prostituta— ¿Qué es esto?