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Médico y escritor. Cuenta con publicaciones en más de sesenta ediciones físicas y digitales, entre las que se encuentran las novelas artesanales «Vientos del Apurímac»,(…)
Bocaditos para velorio es un conjunto de cincuenta relatos breves de fantasía oscura, escrito por el médico piurano, Oswaldo Castro, donde cada relato explora el tema de la muerte y la desesperanza desde una visión aguda y original. Castro es ducho en el arte del cuento, maneja las técnicas a la perfección y está dotado de una imaginación prolífica, de ahí que cada semana tenga un texto nuevo para publicar en su fanpage «Escribideces – Oswaldo Castro». Monstruos, fantasmas, hombres bestias, humanos mutilados y más, desfilan por estas páginas creando un muestrario de criaturas que Oswaldo Castro pone en libertad para goce de sus seguidores. Como dice el propio escritor en el prólogo, donde describe, a la brevedad, el velorio de su abuela: «Además del café ralo, galletas de soda y demás disparates que se comen en los velorios, degusté historias y relatos que me escarapelaron la piel. El velorio y entierro me dieron material suficiente para escribir estos bocaditos para velorio. Espero disfruten y si hay un nudo en la garganta, beban agua».
+ Q.E.P.D. querido lector +
Mi destino estaba escrito en mi palma: no tenía la letra «M» sino
la «Z». Cuando el gen se activó empecé a comerme las uñas, luego
las falanges, seguí con los metacarpianos y desarticulé el hombro izquierdo.
Estaba rumbo a la invalidez y reaccioné a tiempo. Mordisqueé
a mi mujer y no me gustó: su oreja sabía a crema antiarrugas.
Como supuse, me casé con ella por el sexo. Saboreé a mis hijos y ellos
sí eran deliciosos: sus coditos y rodillitas sabían a dulce de leche.
Somos una familia feliz: mi mujer trata de matarnos para que no nos
comamos entre nosotros.
Sabía que estaba solo en la habitación. Sintió que lo tomaban del
brazo y se asustó. No tenía duda de ser el único en el lugar y era imposible
no ver quién lo molestaba. Se angustió al sentir que lo halaban
nuevamente. Se preocupó definitivamente cuando al forcejeo de
su extremidad se añadieron dos voces que no podía ubicar.
—¡Es mío! —gritaba una.
—¡Me pertenece! —reclamaba la otra.