Él solo escribe para llamar la atención.
Su objetivo no es ser considerado como uno de los poetas más destacados del país.
Pero utiliza su oficio a modo de sex appeal.
Frecuenta los mejores bares para seducir a las chicas, pero ellas ni bola le dan.
Él, todo terco, insiste en que le hablen o que se dejen seducir.
Llega a un punto donde se pone agresivo y pesado,
pero como moneda de cambio, recibe una buena bofetada.
Saliendo decepcionado, ebrio y molesto,
pasa por jirón Quilca para recitar ante aficionados al arte y a la vida bohemia.
Al recitar, uno de los aficionados lo pifia, causando que el poeta estúpido utilice su violencia como arma de defensa.
Entre patadas, golpes e insultos, lo dejan tirado mientras,
bañado en sangre, agoniza y llora.
Regresando a su departamento destruye todo.
Entre los escombros encuentra una botella de Cartavio.
Mientras bebe desenfrenadamente,
reflexiona sobre su existencia poética en el arte.
Tras terminar la reflexión,
se dirige a la ventana para dar el gran salto
el único que han conocido los poetas de esta índole:
El salto a la muerte.
Y así culmina otra ridícula y lamentable historia del poeta estúpido.