Ella es dulce y buena con quien necesita su ayuda, es la enfermera más adorada de todos los tiempos. Me enamoré perdidamente de ella desde el instante en que la vi. Su fama en el trabajo traspasó las fronteras del hospital. El día de su condecoración por sus años de servicio como excelente profesional de la salud, fue maravilloso, la vitorearon y aplaudieron. Yo la miraba desde un rincón del lugar. Su sonrisa iluminaba mi mundo. ¡Si solo pudiera acercarme a ella para decirle lo que provoca en mí! Son más de veinticinco años que llevo este amor en secreto guardado en el pecho. Pero, aunque pudiese, no está a mi alcance. Es una mujer casada y fiel, por lo que pude ver. Nunca respondió el sutil coqueteo de algún doctor donjuán, por ello la admiro mucho. Solo me queda esperar, esperar a que se muera. Cuando ella salga de su mundo terrenal yo estaré aquí para ella, le indicaré el camino a la luz y de seguro seremos felices en el más allá. Mientras tanto, seguiré escondiendo sus lapiceros, moviendo sus apósitos y sus termómetros. Muere pronto, amor de mi vida. Quiero que me conozcas ya.