La reunión está agendada para el mediodía y las secretarias corren de un lado a otro ultimando los detalles. Los portafolios, estratégicamente ubicados en la mesa central, señalan el orden y jerarquía de los asistentes. Frente a ellos los vasos con agua y a la derecha las tazas vacías para el café. El aire acondicionado refresca el recinto. El ministro ocupará la cabecera para ver nítidamente la presentación en la pantalla.
Los convocados llegamos puntuales y el titular del pliego aparece una hora después. Saluda con gesto displicente, se disculpa sin importarle el retraso y empieza la reunión. Parece el presentador de un circo pueblerino: pelo engominado y con raya al costado, dedos de las manos adornados con anillos de oro, camisa blanca de cuello almidonado, saco aprisionado por un botón a punto de reventar por la barriga prominente y los pantalones a la altura de los tobillos dejan ver los zapatos mal lustrados. Al sentarse el aroma de aguardiente matutino, matizado por ingentes cantidades de Varón Dandy, hacen que la oficina parezca una festividad de cementerio.
─Hasta ese momento, Jorge, todo marchaba sobre rieles ─recuerdo mirando el horizonte blanco ─. No tenés idea el trabajo que costó organizar el evento. Superamos muchas trabas burocráticas y ahí estábamos para presentar el proyecto…
Hago una pausa para arreglar la bufanda del cuello y prosigo:
─Estuve acompañado por Campos, gerente general de la subsidiaria en Lima, y el flaco Jiménez, nuestro abogado…
Al lado del ministro se sienta su secretaria personal, una cuarentona de pelo pintado, pestañas postizas y pantis corridas que muestran sus piernas varicosas. A su costado derecho el vice ministro exhibe la mala noche que lleva encima, reforzada por la cara de sueño y polvillo blanco bajo la nariz. Completa el cuarteto, flanqueando el lado izquierdo del mandamás, un asesor de aspecto desgarbado y taciturno, fiel ejemplo del tarjetazo con que se consiguen los puestos en la administración pública.
─Gustavo ofició de intermediario ─retomo el relato ─. Logró los contactos y pactó el negociado. Manejó el lobby entre mi empresa, la peruana que representa nuestros equipos y el gobierno.
Jorge asiente con la cabeza y rellena las copas. En la cubierta de la embarcación el silencio del hemisferio sur es apabullante. Bebo un sorbo y continúo:
─La exposición de Campos fue brillante ─suspiro al recordarlo ─. Demostró que el gobierno ahorraría millones de dólares empleando nuestra tecnología. Algo más, Jorge: el precio ofertado, sobrevalorado hasta las nubes, fue una exigencia de ellos. Nadie se opuso…
El ministro toma notas que pasa a su secretaria y ésta al viceministro. El asesor las revisa y las devuelve al jefe con un check de aprobación. Por momentos el ministro dormita, al extremo que sus ronquidos entorpecen el escenario. De rato en rato la secretaria lo pellizca por debajo de la mesa para despertarlo y hacer la finta de anotar algo.
─Sus acompañantes eran convidados de piedra. Asistieron por protocolo y fue una forma elegante de guardar las apariencias. La decisión ya había sido tomada; no tenía dudas, Jorge. Trabajamos cerca de dos horas y luego los mayordomos sirvieron el almuerzo. Sabiendo que yo era argentino, alguien tuvo la idea de indigestarme con comida criolla picante y muy aderezada. Al final, como asentativo, macerado de pisco con guindones. A la hora del café la secretaria, el viceministro y el asesor se retiraron. Del mismo modo, mi gente se despidió para pulir los detalles del contrato.
Una de las azafatas nos alcanza lonjas de salame y queso en tajadas. Interrumpo la narración para degustar los bocaditos. El aire gélido reconforta mis pulmones y retomo los recuerdos.
─La cancha se aclaró, Jorge, y quedamos el ministro, Gustavo y yo. El mandamás, entonado por el macerado bebido, anunció que todo lo tenía controlado. Con voz firme, y sin una pizca de vergüenza, fijó en 30 % la comisión para entregarnos la buena pro sin licitación pública, a través de adjudicación directa por ser de interés nacional.
─Muchachos, del mismo cuero salen las correas y en la foto estaremos todos ─sentenció con el rostro ingurgitado de emoción.
Soltó la carcajada que lo atoró con un pedazo de cáscara de guindón. Se recompuso y aclaró que parte de su patriótica labor era convencer al premier y éste, por intermedio del asesor presidencial, hacer que el presidente firmara sin pestañear.
─ ¡Viva el Perú, carajo! ─coronó el rumbo de la estrategia.
Reforzó la idea del trabajo en equipo; recalcó que teníamos puesta la misma camiseta y nos recordó las palabras del mandatario en el mensaje de fiestas patrias. Apretó un botón del intercomunicador y preguntó si le habían conseguido las entradas para el partido de fútbol.
─ ¡Salud, muchachos! Mañana les sacamos la mierda a esos hijos de puta.
Remarcó que todos terminaríamos felices. Finalmente aseguró que la línea editorial de los principales diarios estaba comprada y que los congresistas tránsfugas les daban mayoría en el congreso. Todo arreglado.
─Che, vivíamos en el país de las maravillas, el resto era silencio.
Años después, mientras disfrutamos los coletazos de las ballenas en la Patagonia, al mismo tiempo que nos engreímos con una botella de malbec, recordamos los sucesos, una anécdota más en nuestras vidas.
─Che, Jorge, ese fue el principio del fin. Lo demás es historia, tú la conocés mejor que yo y no vengás a empelotarme con boluduces…
─Tienes razón, che. ¿Otra botella?
No se diga más, otra y que se jodan los feos…