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Cuento: Rutina por Lyanne Acosta

Lyanne Acosta Barrera

Lyanne Acosta Barrera

Guachochi, Chihuahua 1992

Nació en Guachochi, Chihuahua el 19 de abril de 1992. Actualmente radica en la capital de dicho estado. Se desempeña como docente de Educación Primaria(…)

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LYANNE ACOSTA

Tengo tanto que hacer, seguramente lo digo siempre, es la manera mía de huir, nunca me he sentido parte de algo, de alguien, esa sensación se apaga rápido… me cae peor que la cocaína y también me hace vomitar.

La realidad es que no sé cómo huir de la miseria. Pienso esto mientras la ginecóloga me pide que me relaje, estar tranquila y facilitarle el trabajo con las piernas abiertas al aire; ahí postrada con las nalgas colgando mientras ella y su asistente me miran.

Siento sus ojos ahí devorándome como caníbales. Soy un festín de carnes y lástima.

No hay bebé, ni dinero, lo único en mi útero o cerca del cérvix es un preservativo con pésima orientación geográfica que saca fácilmente y todo se acaba.

Ahí van mis ahorros del mes, del año.

Sólo soy otra paciente de la que se hablará o no. Quién sabe.

El deseo sexual se me fue desde que el ilustre doctor Espinoza decidió cómo y cuándo tener sexo conmigo; lo que no hicieron las flores o los besos si lo hacen el alcohol y medicamentos. Cuando desperté estaba bañada y mis amigas rompiendo la puerta del hotel para sacarme de ahí. Llegó la policía…

—Respira profundo, por favor.

Tomo mucho aire, qué ganas de todo menos de ron.

—¿Quieres hacer la denuncia?

Esa voz no es de nadie de nosotras, es de ninguna, un recuerdo pudriéndose en mi interior. De esas cosas que se maceran en el odio.

Lo único positivo y bien fermentado es el alcohol.

No sé con qué maridar todo esto ¿con qué se combinan mejor las traiciones, las mentiras y las ganas de ya no seguir?

Lo único que quiero es llorar. Ojalá las lágrimas fuesen como el ácido y se lo llevaran todo, principalmente el miedo, el asco, el dolor.

Me mantengo ocupada en estas horas amargas con gusto a sangre, a violación, con el olor repugnante de los orines, el perfume de abandono y desgano que tienen los hoteles.

El miedo y el odio deben oler también a algo.

Esta es mi rutina, mi ruina, fracaso guardado, empacado no sé en cuál de las adicciones que evita mi suicidio.

Quisiera flotar en la cama, pudrirme en ella, dejar de existir, ya no contar nada, no ser nadie, después de todo no lo soy, ni lo seré. Nadie va a extrañarme.

La única que se extraña soy yo.

Estoy enojada y rota mientras el mundo me pide estar perfecta.

Mundo que me niega el enojo, el dolor, las penas…