Ante la puerta de la funeraria, un auto se estacionó de improviso.
De este, bajó un hombre con un estilo sobrio; único. Vestía una gabardina color café con unos lentes negros que le sentaban muy bien.
Acercándose al recibidor, dijo de forma altiva:
—¡Puede, por favor, atenderme que estoy apurado!
—Si señor, dígame ¿En cuál modelo de féretro está interesado? — habló el encargado, apareciendo de forma inmediata.
—Uno decente, bonito y no tan común —respondió el señor, ya más calmado.
El encargado lo llevó hacia una zona donde se podía apreciar los diferentes modelos, colores y diseños de féretros que la funeraria tenía.
Repasó con la mirada, una y otra vez, cada modelo hasta que se animó, finalmente, por uno en específico. Sacó su tarjeta de crédito para proceder con el pago correspondiente. Se le notaba ansioso y con prisa.
El encargado contento por su venta comenzó la gestión de manera rápida, no sin antes alcanzar al señor unos formularios que debía llenar con los datos del difunto.
Terminando de llenar los datos, entregó las hojas al encargado. Este, los revisó detenidamente hasta que encontró algo que llamo su atención.
—Señor, disculpe ¿podría explicarme este detalle? —preguntó, el encargado, apuntando la fecha y la hora de deceso.
El hombre respondió viéndolo de manera extraña:
—La hora de deceso es a las siete de la noche con fecha de hoy. Los datos están correctamente escritos.
— Pero señor, mi reloj marca la seis de la tarde — repuso el encargado—. Creo que se está equivocando.
Esbozando una sonrisa de satisfacción, el señor de la gabardina, reafirmo su posición y respondió:
—Al contrario, todo está correcto y sin errores. Le aseguro que ni bien llegue a casa habrá un difunto listo para la siete de la noche.